lunes, 16 de noviembre de 2009

MORAL FAMILIAR

UNIDAD 5
La Comunidad Familiar en el plan Salvífico de Dios

Hemos visto que el hombre es un ser hecho para compartir la vida con otros hombres. Desde su concepción, está llamado a la vida social, de modo tal que depende de sus semejantes tanto para vivir como para “llegar a ser” socialmente humano.

Nadie puede darse la vida a sí mismo. Tampoco desarrollarse sin la presencia de la madre que le presta su cuerpo.
Una vez nacido requiere del cuidado, la alimentación, el calor y el amor de sus familiares.

Es en esa comunidad pequeña de la familia, donde aprende a conocer el mundo que lo rodea.
“Su mundo” es su familia. Primero la madre, con quien tienen el primer contacto relacional. Luego el padre y los demás mimbros.
Su desarrollo y educación dependerán de los demás y el proceso de socialización partirá necesariamente de su núcleo familiar.
Tan importante es la familia para el ser humano, que sin ella no podría alcanzar la plena humanización.
Si el hombre es el resultado de su herencia y su adquisición social, lo primero que lo va configurando es la familia.

“El matrimonio y la familia son un proyecto de Dios que invita al hombre y a la mujer creados por amor, a realizar su proyecto de amor en fidelidad hasta la muerte” (SD 217)
“Dios con la creación del hombre y la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a perfección la obra de sus manos; los llama a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión de la vida” (FC 28)
“Creados por Dios para el amor mutuo, en el varón y la mujer el matrimonio surge de la misma naturaleza. La paternidad y maternidad humanas, aún siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una “semejanza” con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor” (FC 6 Directorio de Pastoral Familiar 15)

Si el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, también la familia encuentra su imagen en el Creador. El misterio trinitario, origen y meta de toda la creación, imprime en el corazón del hombre, el deseo de la unión por el amor, como realización plenificadora.
El misterio trinitario se explica en algún sentido por la relación de amor entre el Padre y el Hijo.
El Padre es padre porque tiene un hijo y Éste lo es porque tiene padre, y existe entre ellos una relación de amor personal, el Espíritu Santo.

El Padre es desde toda la eternidad el origen de la Trinidad y ha engendrado al Hijo, que es consubstancial al Padre. Del Padre y del Hijo procede por efusión el Espíritu Santo (Nicea 325, Constantinopla 351)

De allí que el hombre, único ser espiritual y material a su vez, creado a imagen de Dios, realice en su vida esta relación de íntima unidad en la diversidad. La familia es un analogado de la Trinidad, como lugar y fuente de amor.

En el AT aparece la familia, como protagonista del plan salvífico de Dios.
El Pueblo de Israel tiene su origen en una familia, la de Abraham y Sara; y a lo largo de su historia se va a identificar con esta realidad. “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”.
Las doce tribus tienen su origen en una familia (la de Jacob o Israel)
En el NT, el Hijo de Dios quiso nacer en una familia. Dios, el Padre, le preparó una familia humana, la Sagrada Familia de Nazaret de María y José.
La vida de Jesús trasncurrió en medio de una comunidad familiar.
De hecho los relatos genealógicos, lo ubican siempre en medio de una familia humana con el origen en Adán o Abraham, según el Evangelio que tomemos.
Jesús vive una realidad familiar y comunitaria. Por eso se habla muchas veces de los hermanos de Jesús, de sus parientes.
El Señor va a ampliar su contexto familiar a aquellos que cumplen la Palabra de Dios. De eso modo asocia a todos los hombres a su familia.

Modelos culturales

Existen diversas teorías acerca del origen de la comunidad familiar. Tomaremos dos opuestos para comprender de qué se trata.

1. El evolucionismo regresivo ( los etnólogos modernos Thurwald, Schmit, Koppers) sostiene que el matrimonio nació monógamo, luego se hizo polígamo pasando después a la unión de grupos y finalmente la promiscuidad sexual.
2. El evolucionismo progresivo (autores de finales del siglo XIX como Bachofen, Machennon, Morgan, Engels) sostiene lo contrario. Desde la promiscuidad sexual, el hombre ha ido evolucionando hasta llegar a la monogamia.

Hay experiencias de matrimonios grupales, ya sea simultáneo (un grupo de hombres de una tribu con un grupo de mujeres de otra al mismo tiempo) como los Nair de la India, los Olo-ot de Borneo; ya sea sucesivo (levirato) como se daba en Israel, Melanesia, India.

Patriarcado y Matriarcado

Entre los pueblos nómadas y pastoriles predomina la figura paterna, el patriarca, jefe de familia o clan. Es el modelo familiar indoeuropeo, semita y de los pueblos de ellos derivados (griegos, romanos, eslavos, germanos, babilonios, asirios, hititas, árabes, israelitas, etc.). Las características principales del patriarcado son: monogamia o poligamia, promogenitura, transmisión del apellido paterno, elección paterna de las esposas de los hijos. La ley fundamental es la patria potestas del padre sobre los hijos, que en algunos casos llegaba a ser sobre la vida y la muerte.
El esposo, en este modelo cultural era el rey de la casa.

A pesar de ser menos frecuente, el matriarcado aún existe en algunos pueblos de la India (dravidas, vedas, etc.) de África (bantúes del Congo), de Oceanía (Islas Salomón, Nuevas Hébridas), Indios americanos (iroqueses, apaches). Este modelo se caracteriza por: herencia por línea materna, exclusividad o al menos prevalencia, de las mujeres en las funciones cultuales (sacerdotizas), exaltación de la fecundidad, etc.
Según Schmit hay diversos grados de matriarcado:
a) La mujer cultivadora y propietaria, se casa con un hombre de otro grupo étnico político, el cual sigue viviendo con sus padres y sólo visita a su esposa de vez en cuando.
b) El hombre deja la casa de sus padres para vivir con su esposa, dueña y transmisora del derecho de propiedad de la tierra. La herencia sigue la línea materna y los hijos reciben el apellido de su madre.
c) Progresiva desnaturalización de los derechos de la madre debido a la creciente injerencia de sus parientes masculinos; especialmente de los hermanos, tíos paternos.
d) Hay una influencia cada vez más dominante del esposo y padre, que reemplaza al tío materno, en algunos casos después de un período previo de servidumbre en casa de su mujer.

Monogamia y poligamia

La poligamia tiene dos formas, la poliginia, esto es un esposo y varias mujeres; y la poliandria, o sea una esposa y muchos hombres.

La poligamia ha estado y está extendida, ya en su forma más estricta de un hombre y varias esposas “legales”, ya en la modalidad del concubinato legal o ilegal (una esposa legal y varias concubinas) en oriente. Otra forma es la de los casos de una especie de matrimonio ad tempus, a prueba (tribus de Persia, Japón, y lamentablemente ya presente en la cultura occidental)

La monogamia es lo más común y existe tanto en pueblos y religiones primitivos (veda, andamanes, aborígenes de Malaca, negritos de Filipinas, Karwela de Australia, algunos pigmeos de África central, etc.), como en pueblos evolucionados y modernos.
Como modelo cultural lo encontramos en Roma (el derecho legislava para una sola mater familiae), en el judaísmo (donde fue evolucionando desde la poligamia) y en el cristianismo que sólo admitió la poligamia desde su aparición.

Endogamia y exogamia

La endogamia es la práctica de casarse con personas del mismo linaje.
Puede ser:
a) familiar: entre hermanos (familias reales de Darfur, Thailandia, Ceilán, Polinesia, Madagascar, antiguo Egipto, indígenas de Hawai)
b) de clan o polis: en Atenas y todos los pueblos de origen patriarcal. Se casan con miembros del mismo pueblo. Con extranjeros lo hacen si adquieren el derecho de ciudadanía.
c) de clase o casta: prohíbe el matrimonio entre personas de distintas castas (India) o clase social (patricios y plebeyos en Roma, hombres libres y esclavos en Grecia) se buscaba mantener pura la raza.

Exogamia
Es la costumbre de buscar consorte fuera del propio clan, de un sitio o aldea determinada o de una clase social. Podemos así hablar de exogamia de clan, local o social.

Nuevas propuestas o modelos de familia

• Matrimonios a prueba: se unen por un tiempo determinado para probar si son capaces de convivir, si tienen compatibilidad afectiva y sexual. Esto contradice el sentido unitario y único del matrimonio, al mismo tiempo que no crea responsabilidades permanentes. La dificultad más clara es la educación de la prole.
• Uniones de personas del mismo sexo.
• Matrimonios compartidos: donde cada uno de los esposos tendría derecho a mantener relaciones amorosas con otras personas sin romper la unidad matrimonial (poligamia legal) Swinger.
• Familias sin hijos
• Familias ensambladas: es una forma de poligamia. Padres separados que forman nuevas parejas y así se asumen y comparten los hijos, que terminan siendo hermanos.
• Chicos de la calle sin familia

Bibliografía:

Mifsud, T. Una reivindicación ética de la sexualidad humana. Ed. Paulinas, pág. 249 ss
Documento de Puebla 266
Familiaris consortio 26





UNIDAD 6
El amor, principio y fuerza de la comunión

La palabra amor, expresa distintas realidades que tienen algo en común.

Veamos un breve vocabulario de la palabra amor

• Afectio: destaca el elemento de pasión en el amor (dolorosa o gozosa). El amor se padece (elemento pasivo sensitivo)
• Dilectio: indica elección. Elemento activo no sensitivo
• Studium: actitud de servicio, de estar a disposición de aquél a quien se ama
• Pietas: compasión, atención, comprensión
• Cáritas: estimativa de valor, o del precio del objeto amado (caro). Indica el núcleo del amor verdadero, incluído el de Dios.
• Amor: abarca todas las dimensiones, tanto lo sensitivo como lo anímico, lo espiritual y lo sobrenatural, lo pasivo y lo activo.

Otros nombres o clases de amor

• Eros: indica el elemento del impulso, ímpetu, inclinación que se inflama ante la belleza corporal o la contemplación de la hermosura espiritual. Abarca tanto lo corporal como lo anímico.
• Philía: amistad. Indica el elemento de comunión o solidaridad, que perdura en el tiempo no solo entre los amigos, también entre compatriotas, esposos, etc. La amistad es querer los dos las mismas cosas. “No es mirarse a los ojos, sino mirar los dos en la misma dirección”
• Ágape: del griego bíblico, se reserva generalmente para el amor de caridad hacia Dios en sentido religioso.
• Filantropía: amor de benevolencia. El que ama a alguien por sí mismo, sin buscar recompensa.
• De concupiscencia: el que ama por el placer o beneficio que recibe.

El amor es una virtud relacional, que nos abre al Otro y a los otros. No se puede hablar de amor sin dos sujetos que se amen.
Por eso podemos distinguir:

• Amor de benevolencia: es el amor que se da sin esperar respuesta. Filantropía.
• Amor de amistad: es el amor que se da entre dos personas recíprocamente.
• Amor de Caridad: es el amor a Dios y a los hombres por amor de Dios.

Significados equívocos de amor

• Sexo: “hacer el amor”. Identifica amor con eros o libido o genitalidad.
• Gustar de: (to like, to love, to fond of hechizo). Se gusta de las cosas, a las personas se las ama.

Elemento común:

• Tendencia activa y pasión o hechizo que nos sobreviene
• Conmoción y tensión a gozar o poseer
• Posesión y entrega o donación
• Inclinación hacia Dios o hacia las creaturas, o hacia los bienes materiales

El amor es una aprobación. Declarar que algo es bueno. Reconocimiento de la bondad del objeto amado y de su ser o existencia. Confirmación de la persona amada en su ser: “es bueno que tú existas”.

El amor es elección o preferencia: amar es elegir o preferir “qué bueno es estar con vos”

El amor es tendencia a la comunión (comunicación de bienes)

Cáritas Ágape: no se opone al eros, como la Gracia no se opone a la naturaleza, sino que la perfecciona y eleva.
Comprende en sí misma todas las formas del amor humano. La propia capacidad de amar del hombre es elevada a la participación en el querer creador de Dios.
Si la caridad eleva y perfecciona, el Ágape no es simplemente un paso más allá ni una simple sublimación, sino que es el amor humano transformado y asumido en el amor divino y en el misterio Pascual, amor humano muerto y resucitado.

Bigliografía
Benedicto XVI, Deus Caritas est.


La familia comunidad de personas

Familiaris consortio

“En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales —relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad— mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la «familia humana» y en la «familia de Dios», que es la Iglesia.
El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia; en efecto, dentro de la familia la persona humana no sólo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia.
La familia humana, disgregada por el pecado, queda reconstituida en su unidad por la fuerza redentora de la muerte y resurrección de Cristo.(37) El matrimonio cristiano, partícipe de la eficacia salvífica de este acontecimiento, constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia.
El mandato de crecer y multiplicarse, dado al principio al hombre y a la mujer, alcanza de este modo su verdad y realización plenas.
La Iglesia encuentra así en la familia, nacida del sacramento, su cuna y el lugar donde puede actuar la propia inserción en las generaciones humanas, y éstas, a su vez, en la Iglesia” 15
FORMACIÓN DE UNA COMUNIDAD DE PERSONAS
El amor, principio y fuerza de la comunión
18. La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos, de los parientes. Su primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas.
El principio interior, la fuerza permanente y la meta última de tal cometido es el amor: así como sin el amor la familia no es una comunidad de personas, así también sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas. Cuanto he escrito en la encíclica Redemptor hominis encuentra su originalidad y aplicación privilegiada precisamente en la familia en cuanto tal: «El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente».(45)
El amor entre el hombre y la mujer en el matrimonio y, de forma derivada y más amplia, el amor entre los miembros de la misma familia —entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre parientes y familiares— está animado e impulsado por un dinamismo interior e incesante que conduce la familia a una comunión cada vez más profunda e intensa, fundamento y alma de la comunidad conyugal y familiar.
Unidad indivisible de la comunión conyugal
19. La comunión primera es la que se instaura y se desarrolla entre los cónyuges; en virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer «no son ya dos, sino una sola carne»(46) y están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total.
Esta comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son; por esto tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia profundamente humana. Pero, en Cristo Señor, Dios asume esta exigencia humana, la confirma, la purifica y la eleva conduciéndola a perfección con el sacramento del matrimonio: el Espíritu Santo infundido en la celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús.
El don del Espíritu Santo es mandamiento de vida para los esposos cristianos y al mismo tiempo impulso estimulante, a fin de que cada día progresen hacia una unión cada vez más rica entre ellos, a todos los niveles —del cuerpo, del carácter, del corazón, de la inteligencia y voluntad, del alma(47)—, revelando así a la Iglesia y al mundo la nueva comunión de amor, donada por la gracia de Cristo.
Semejante comunión queda radicalmente contradicha por la poligamia; ésta, en efecto, niega directamente el designio de Dios tal como es revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo. Así lo dice el Concilio Vaticano II: «La unidad matrimonial confirmada por el Señor aparece de modo claro incluso por la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que debe ser reconocida en el mutuo y pleno amor».(48)
Una comunión indisoluble
20. La comunión conyugal se caracteriza no sólo por su unidad, sino también por su indisolubilidad: «Esta unión íntima, en cuanto donación mutua de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen la plena fidelidad de los cónyuges y reclaman su indisoluble unidad».(49)
Es deber fundamental de la Iglesia reafirmar con fuerza —como han hecho los Padres del Sínodo— la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio; a cuantos, en nuestros días, consideran difícil o incluso imposible vincularse a una persona por toda la vida y a cuantos son arrastrados por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial y que se mofa abiertamente del compromiso de los esposos a la fidelidad, es necesario repetir el buen anuncio de la perennidad del amor conyugal que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza.(50)
Enraizada en la donación personal y total de los cónyuges y exigida por el bien de los hijos, la indisolubilidad del matrimonio halla su verdad última en el designio que Dios ha manifestado en su Revelación: Él quiere y da la indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia.
Cristo renueva el designio primitivo que el Creador ha inscrito en el corazón del hombre y de la mujer, y en la celebración del sacramento del matrimonio ofrece un «corazón nuevo»: de este modo los cónyuges no sólo pueden superar la «dureza de corazón»,(51) sino que también y principalmente pueden compartir el amor pleno y definitivo de Cristo, nueva y eterna Alianza hecha carne. Así como el Señor Jesús es el «testigo fiel»,(52) es el «sí» de las promesas de Dios(53) y consiguientemente la realización suprema de la fidelidad incondicional con la que Dios ama a su pueblo, así también los cónyuges cristianos están llamados a participar realmente en la indisolubilidad irrevocable, que une a Cristo con la Iglesia su esposa, amada por Él hasta el fin.(54)
El don del sacramento es al mismo tiempo vocación y mandamiento para los esposos cristianos, para que permanezcan siempre fieles entre sí, por encima de toda prueba y dificultad, en generosa obediencia a la santa voluntad del Señor: «lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre».(55)
Dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo. Por esto, junto con todos los Hermanos en el Episcopado que han tomado parte en el Sínodo de los Obispos, alabo y aliento a las numerosas parejas que, aun encontrando no leves dificultades, conservan y desarrollan el bien de la indisolubilidad; cumplen así, de manera útil y valiente, el cometido a ellas confiado de ser un «signo» en el mundo —un signo pequeño y precioso, a veces expuesto a tentación, pero siempre renovado— de la incansable fidelidad con que Dios y Jesucristo aman a todos los hombres y a cada hombre. Pero es obligado también reconocer el valor del testimonio de aquellos cónyuges que, aun habiendo sido abandonados por el otro cónyuge, con la fuerza de la fe y de la esperanza cristiana no han pasado a una nueva unión: también estos dan un auténtico testimonio de fidelidad, de la que el mundo tiene hoy gran necesidad. Por ello deben ser animados y ayudados por los pastores y por los fieles de la Iglesia.
La más amplia comunión de la familia
21. La comunión conyugal constituye el fundamento sobre el cual se va edificando la más amplia comunión de la familia, de los padres y de los hijos, de los hermanos y de las hermanas entre sí, de los parientes y demás familiares.
Esta comunión radica en los vínculos naturales de la carne y de la sangre y se desarrolla encontrando su perfeccionamiento propiamente humano en el instaurarse y madurar de vínculos todavía más profundos y ricos del espíritu: el amor que anima las relaciones interpersonales de los diversos miembros de la familia, constituye la fuerza interior que plasma y vivifica la comunión y la comunidad familiar.
La familia cristiana está llamada además a hacer la experiencia de una nueva y original comunión, que confirma y perfecciona la natural y humana. En realidad la gracia de Cristo, «el Primogénito entre los hermanos»,(56) es por su naturaleza y dinamismo interior una «gracia fraterna como la llama santo Tomás de Aquino.(57) El Espíritu Santo, infundido en la celebración de los sacramentos, es la raíz viva y el alimento inagotable de la comunión sobrenatural que acumuna y vincula a los creyentes con Cristo y entre sí en la unidad de la Iglesia de Dios. Una revelación y actuación específica de la comunión eclesial está constituida por la familia cristiana que también por esto puede y debe decirse «Iglesia doméstica».(58)
Todos los miembros de la familia, cada uno según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una «escuela de humanidad más completa y más rica»:(59) es lo que sucede con el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y los ancianos; con el servicio recíproco de todos los días, compartiendo los bienes, alegrías y sufrimientos.
Un momento fundamental para construir tal comunión está constituido por el intercambio educativo entre padres e hijos,(60) en que cada uno da y recibe. Mediante el amor, el respeto, la obediencia a los padres, los hijos aportan su específica e insustituible contribución a la edificación de una familia auténticamente humana y cristiana.(61) En esto se verán facilitados si los padres ejercen su autoridad irrenunciable como un verdadero y propio «ministerio», esto es, como un servicio ordenado al bien humano y cristiano de los hijos, y ordenado en particular a hacerles adquirir una libertad verdaderamente responsable, y también si los padres mantienen viva la conciencia del «don» que continuamente reciben de los hijos.
La comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar. Pero al mismo tiempo, cada familia está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la «reconciliación», esto es, de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada. En particular la participación en el sacramento de la reconciliación y en el banquete del único Cuerpo de Cristo ofrece a la familia cristiana la gracia y la responsabilidad de superar toda división y caminar hacia la plena verdad de la comunión querida por Dios, respondiendo así al vivísimo deseo del Señor: que todos «sean una sola cosa»
Derechos y obligaciones de la mujer
22. La familia, en cuanto es y debe ser siempre comunión y comunidad de personas, encuentra en el amor la fuente y el estímulo incesante para acoger, respetar y promover a cada uno de sus miembros en la altísima dignidad de personas, esto es, de imágenes vivientes de Dios. Como han afirmado justamente los Padres Sinodales, el criterio moral de la autenticidad de las relaciones conyugales y familiares consiste en la promoción de la dignidad y vocación de cada una de las personas, las cuales logran su plenitud mediante el don sincero de sí mismas.(63)
En esta perspectiva, el Sínodo ha querido reservar una atención privilegiada a la mujer, a sus derechos y deberes en la familia y en la sociedad. En la misma perspectiva deben considerarse también el hombre como esposo y padre, el niño y los ancianos.
De la mujer hay que resaltar, ante todo, la igual dignidad y responsabilidad respecto al hombre; tal igualdad encuentra una forma singular de realización en la donación de uno mismo al otro y de ambos a los hijos, donación propia del matrimonio y de la familia. Lo que la misma razón humana intuye y reconoce, es revelado en plenitud por la Palabra de Dios; en efecto, la historia de la salvación es un testimonio continuo y luminoso de la dignidad de la mujer.
Creando al hombre «varón y mujer»,(64) Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer, enriqueciéndolos con los derechos inalienables y con las responsabilidades que son propias de la persona humana. Dios manifiesta también de la forma más elevada posible la dignidad de la mujer asumiendo Él mismo la carne humana de María Virgen, que la Iglesia honra como Madre de Dios, llamándola la nueva Eva y proponiéndola como modelo de la mujer redimida. El delicado respeto de Jesús hacia las mujeres que llamó a su seguimiento y amistad, su aparición la mañana de Pascua a una mujer antes que a los otros discípulos, la misión confiada a las mujeres de llevar la buena nueva de la Resurrección a los apóstoles, son signos que confirman la estima especial del Señor Jesús hacia la mujer. Dirá el Apóstol Pablo: «Todos, pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús».(65)
El hombre esposo y padre
25. Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre.
Él ve en la esposa la realización del designio de Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada»,(67) y hace suya la exclamación de Adán, el primer esposo: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne».(68)
El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual dignidad de la mujer: «No eres su amo —escribe san Ambrosio— sino su marido; no te ha sido dada como esclava, sino como mujer... Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé para con ella agradecido por su amor».(69) El hombre debe vivir con la esposa «un tipo muy especial de amistad personal».(70) El cristiano además está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia.(71)
El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la comprensión y la realización de su paternidad. Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible.(72) Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía vige el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.
Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios,(73) el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa,(74) un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia.
Derechos del niño
26. En la familia, comunidad de personas, debe reservarse una atención especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Esto vale respecto a todo niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido.
Procurando y teniendo un cuidado tierno y profundo para cada niño que viene a este mundo, la Iglesia cumple una misión fundamental. En efecto, está llamada a revelar y a proponer en la historia el ejemplo y el mandato de Cristo, que ha querido poner al niño en el centro del Reino de Dios: «Dejad que los niños vengan a mí, ... que de ellos es el reino de los cielos».(75)
Repito nuevamente lo que dije en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979: «Deseo ... expresar el gozo que para cada uno de nosotros constituyen los niños, primavera de la vida, anticipo de la historia futura de cada una de las patrias terrestres actuales. Ningún país del mundo, ningún sistema político puede pensar en el propio futuro, si no es a través de la imagen de estas nuevas generaciones que tomarán de sus padres el múltiple patrimonio de los valores, de los deberes y de las aspiraciones de la nación a la que pertenecen, junto con el de toda la familia humana. La solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre. Y por eso, ¿qué más se podría desear a cada nación y a toda la humanidad, a todos los niños del mundo, sino un futuro mejor en el que el respeto de los Derechos del Hombre llegue a ser una realidad plena en las dimensiones del 2000 que se acerca?».(76)
La acogida, el amor, la estima, el servicio múltiple y unitario —material, afectivo, educativo, espiritual— a cada niño que viene a este mundo, deberá constituir siempre una nota distintiva e irrenunciable de los cristianos, especialmente de las familias cristianas; así los niños, a la vez que crecen «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres»,(77) serán una preciosa ayuda para la edificación de la comunidad familiar y para la misma santificación de los padres.(78)
Los ancianos en familia
27. Hay culturas que manifiestan una singular veneración y un gran amor por el anciano; lejos de ser apartado de la familia o de ser soportado como un peso inútil, el anciano permanece inserido en la vida familiar, sigue tomando parte activa y responsable —aun debiendo respetar la autonomía de la nueva familia— y sobre todo desarrolla la preciosa misión de testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro.
Otras culturas, en cambio, especialmente como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de marginación, que son fuente a la vez de agudos sufrimientos para ellos mismos y de empobrecimiento espiritual para tantas familias.
Es necesario que la acción pastoral de la Iglesia estimule a todos a descubrir y a valorar los cometidos de los ancianos en la comunidad civil y eclesial, y en particular en la familia. En realidad, «la vida de los ancianos ayuda a clarificar la escala de valores humanos; hace ver la continuidad de las generaciones y demuestra maravillosamente la interdependencia del Pueblo de Dios. Los ancianos tienen además el carisma de romper las barreras entre las generaciones antes de que se consoliden: ¡Cuántos niños han hallado comprensión y amor en los ojos, palabras y caricias de los ancianos! y ¡cuánta gente mayor no ha subscrito con agrado las palabras inspiradas "la corona de los ancianos son los hijos de sus hijos" (Prov 17, 6)!».(79)

Gaudium et spes
“Muchas veces a los novios y a los casados les invita la palabra divina a que alimenten y fomenten el noviazgo con un casto afecto, y el matrimonio con un amor único. Muchos contemporáneos nuestros exaltan también el amor auténtico entre marido y mujer, manifestado de varias maneras según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas. Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y , por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal. El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente.
Esta amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud. Este amor, ratificado por la mutua fidelidad y, sobre todo, por el sacramento de Cristo, es indisolublemente fiel, en cuerpo y mente, en la prosperidad y en la adversidad, y, por tanto, queda excluido de él todo adulterio y divorcio. El reconocimiento obligatorio de la igual dignidad personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor evidencia también claramente la unidad del matrimonio confirmada por el Señor. Para hacer frente con constancia a las obligaciones de esta vocación cristiana se requiere una insigne virtud; por eso los esposos, vigorizados por la gracia para la vida de santidad, cultivarán la firmeza en el amor, la magnanimidad de corazón y el espíritu de sacrificio, pidiéndolos asiduamente en la oración.
Se apreciará más hondamente el genuino amor conyugal y se formará una opinión pública sana acerca de él si los esposos cristianos sobresalen con el testimonio de su fidelidad y armonía en el mutuo amor y en el cuidado por la educación de sus hijos y si participan en la necesaria renovación cultural, psicológica y social en favor del matrimonio y de la familia. Hay que formar a los jóvenes, a tiempo y convenientemente, sobre la dignidad, función y ejercicio del amor conyugal, y esto preferentemente en el seno de la misma familia. Así, educados en el culto de la castidad, podrán pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo al matrimonio” 49.

El progreso del matrimonio y de la familia, obra de todos
“ La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. La activa presencia del padre contribuye sobremanera a la formación de los hijos; pero también debe asegurarse el cuidado de la madre en el hogar, que necesitan principalmente los niños menores, sin dejar por eso a un lado la legítima promoción social de la mujer. La educación de los hijos ha de ser tal, que al llegar a la edad adulta puedan, con pleno sentido de la responsabilidad, seguir la vocación, aun la sagrada, y escoger estado de vida; y si éste es el matrimonio, puedan fundar una familia propia en condiciones morales, sociales y económicas adecuadas. Es propio de los padres o de los tutores guiar a los jóvenes con prudentes consejos, que ellos deben oír con gusto, al tratar de fundar una familia, evitando, sin embargo, toda coacción directa o indirecta que les lleve a casarse o a elegir determinada persona.
Así, la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamente de la sociedad. Por ello todos los que influyen en las comunidades y grupos sociales deben contribuir eficazmente al progreso del matrimonio y de la familia. El poder civil ha de considerar obligación suya sagrada reconocer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y ayudarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica. Hay que salvaguardar el derecho de los padres a procrear y a educar en el seno de la familia a sus hijos. Se debe proteger con legislación adecuada y diversas instituciones y ayudar de forma suficiente a aquellos que desgraciadamente carecen del bien de una familia propia.
Los cristianos, rescatando el tiempo presente y distinguiendo lo eterno de lo pasajero, promuevan con diligencia los bienes del matrimonio y de la familia así con el testimonio de la propia vida como con la acción concorde con los hombres de buena voluntad, y de esta forma, suprimidas las dificultades, satisfarán las necesidades de la familia y las ventajas adecuadas a los nuevos tiempos. Para obtener este fin ayudarán mucho el sentido cristiano de los fieles, la recta conciencia moral de los hombres y la sabiduría y competencia de las personas versadas en las ciencias sagradas.
Los científicos, principalmente los biólogos, los médicos, los sociólogos y los psicólogos, pueden contribuir mucho al bien del matrimonio y de la familia y a la paz de las conciencias si se esfuerzan por aclarar más a fondo, con estudios convergentes, las diversas circunstancias favorables a la honesta ordenación de la procreación humana.
Pertenece a los sacerdotes, debidamente preparados en el tema de la familia, fomentar la vocación de los esposos en la vida conyugal y familiar con distintos medios pastorales, con la predicación de la palabra de Dios, con el culto litúrgico y otras ayudas espirituales; fortalecerlos humana y pacientemente en las dificultades y confortarlos en la caridad para que formen familias realmente espléndidas.
Las diversas obras, especialmente las asociaciones familiares, pondrán todo el empeño posible en instruir a los jóvenes y a los cónyuges mismos, principalmente a los recién casados, en la doctrina y en la acción y en formarlos para la vida familiar, social y apostólica.
Los propios cónyuges, finalmente, hechos a imagen de Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de personas, vivan unidos, con el mismo cariño, modo de pensar idéntico y mutua santidad, para que, habiendo seguido a Cristo, principio de vida, en los gozos y sacrificios de su vocación por medio de su fiel amor, sean testigos de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo.

Las diversas obras, especialmente las asociaciones familiares, pondrán todo el empeño posible en instruir a los jóvenes y a los cónyuges mismos, principalmente a los recién casados, en la doctrina y en la acción y en formarlos para la vida familiar, social y apostólica.
Los propios cónyuges, finalmente, hechos a imagen de Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de personas, vivan unidos, con el mismo cariño, modo de pensar idéntico y mutua santidad, para que, habiendo seguido a Cristo, principio de vida, en los gozos y sacrificios de su vocación por medio de su fiel amor, sean testigos de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo” 52