jueves, 21 de abril de 2011

Jueves Santo

Disculpen la redacción. Es una homilía dicha durante la Misa.

JUEVES SANTO
INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA
MANDAMIENTO NUEVO DEL AMOR

Ex. 12, 1-8.11-14
Sal. 115
1Cor. 11,23-26
Jn. 13,1-15


¿Cómo poder hablar del Amor? ¿Cómo podemos hablar del Amado?
Es muy difícil predicar hoy del Amor que uno experimenta día a día. Intentaremos aproximarnos al Amor para comprender su misión y su mensaje.

Como nos enseña el Cadernal Ratzinger (La Eucaristía centro de la vida), el relato de Juan acerca de la Pasión hay que encuadrarlo entre el lavatorio de los pies y la lanzada de los soldados sobre el costado de Jesús.
Es un mismo y único hecho que se va desarrollando a lo largo del triduo pascual.

La cena durante la cual Jesús le lava los pies a los discípulos (no sabemos si es propiamente una cena pascual o una cena entre amigos, en definitiva es la última Cena de Jesús) es el preludio de la culminación del cumplimiento de la misión del Señor. Jesús anticipa sacramentalmente lo que iba a padecer al otro día “mientras se ofrecían los corderos en el Templo”. Recordemos que los judíos ofrecían cada año el sacrificio de un cordero y todos en ese día se transformaban en sacerdotes, puesto que ofrecían en los altares, la sangre de las víctimas que inmolaban en el patio del Templo (hoy la explanada de la mezquita de Al-Aqsa) que tenía trescientos metros de largo. Era la celebración de la salida de Egipto que hemos escuchado en el libro del Éxodo.
Una vez sacrificados los animales durante el día 14 de Nisán (mes de las flores) lo llevaban para compartir con la familia y si esta era pequeña con los vecinos y amigos.
San Juan, con la intención de demostrarnos que Cristo es el verdadero Cordero de Dios, ubica la muerte de Jesús, a la misma hora en que eran sacrificados los corderos en el Templo.
Pero la entrega la anticipa como signo durante la última cena, entre sus amigos. Son dos los gestos que nos dicen que Jesús se inmola: por un lado el relato de los sinópticos y san Pablo (que hemos escuchado hoy) que nos dice cómo Jesús transformó el pan y el vino de la cena en su Cuerpo y en su Sangre., mandando a los discípulos a hacer lo mismo, tal como Dios lo ordenó a hacerlo en el Éxodo. Es el modo de quedarse para siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos. Por otro lado Juan nos cuenta en el Evangelio de hoy que Jesús le lavó los pies a los discípulos. Aparenta ser un signo más simple, menos importante y sin embargo está lleno de contenido salvador. La clave está en que Jesús se humilló para lavarle los pies a la humanidad. Es una revelación de su misión y al mismo tiempo de la misión de su Iglesia “si Yo les he lavado los pies a ustedes, ustedes deben hacer lo mismo”. De ese modo, Eucaristía y misión quedan estrechamente unidas para siempre. La Eucaristía lleva a la misión y la misión a la Eucaristía.

Cristo dice que se va a entregar, hace los gestos y al otro día muere, da cumplimiento a la promesa. Muere para vivir y para que vivamos. “No hay mayor amor que dar la vida por los amigos”. Jesús se autoproclama Amigo de la humanidad.
“Del costado abierto de Jesús salió sangre y agua”. San Pablo, nos dice que así como del costado de Adán nació Eva, del costado de Cristo, el nuevo Adán, nace la Iglesia, la nueva Eva.
El agua y la sangre son los signos de los Sacramentos de la Iglesia: del Bautismo y de la Eucaristía, los dos pilares sobre los cuales giran y para los cuales existen los demás Sacramentos.

Del costado abierto de Jesús nace la Iglesia, su Esposa fecundada por el Espíritu, que está llamada a dar vida a la humanidad mediante la Palabra y los Sacramentos.

Pero ¿Cómo puedo comprender el dinamismo sacramental que viniendo de la Cruz del Señor vivo cada día?

En primer lugar me voy a referir al Sacramento del Orden, que fue instituido un día como hoy y que existe para la Eucaristía.. Por la Sangre derramada los Sacerdotes estamos llamados a ser signos del Amor del Dios. Hemos sido elegidos de entre los hombres “no por nuestros méritos, sino por su gran bondad” para ser administradores de su Gracia. Para ser “otro Cristo”. Para hacer que el Señor sea el Emmanuel, el Dios con nosotros y entre nosotros. El amor del Padre, significado y realizado en la Cruz del Hijo exige del Sacerdote fidelidad y entrega total. En este amor fiel se fundamenta el celibato sacerdotal, que sin ser esencial al Orden Sagrado, ayuda al Sacerdote a vivir sólo y todo para Dios. Sería injusto ofrecer a una esposa un amor dividido, un amor “a medias”. El celibato sacerdotal es un sí incondicional al Reino. Como Jesús el sacerdote es un apasionado por el Reino. Él lo demostró entregando su vida, nosotros intentamos imitarlo en medio de nuestras limitaciones.

Del costado abierto también nació el sacramento del Matrimonio, signo del amor de Cristo por su esposa la Iglesia como nos enseña san Pablo. En el matrimonio cada cónyuge es “vicario de Cristo” para el otro. El encuentro esponsal, siempre abierto a la fecundidad, es signo de la entrega de Cristo: un matrimonio donde reina el amor mutuo, entregado, generoso, fecundo, abierto a la vida y a la paternidad responsable que se extiende en una paternidad universal a imagen de la paternidad divina.

Durante la última cena, Jesús les promete a los discípulos otro Intercesor, que permanecerá siempre con nosotros. Es el Espíritu Santo. El Don más apreciable de todos los dones, el Don en sí mismo, el que hace nueva todas las cosas y habita en nosotros. Del costado abierto de Jesús nació la Confirmación, la plenitud de la efusión del Espíritu en nosotros, que nos hace miembros plenos de la Iglesia para el testimonio y la misión.

Del costado abierto de Jesús, se derrama el óleo de la sanación del cuerpo y del alma. Ese divino consuelo que nos llega cuando estamos débiles a causa de la falta de salud o de la ancianidad. Con la Unción de los Enfermos somos reconfortados y fortalecidos para poder llevar la Cruz del Señor en el dolor. Se nos perdonan los pecados que hayamos cometido y si Dios así lo quiere se cura el cuerpo. De todos modos siempre nos prepara para el abrazo final del último día.

Y del costado abierto del Redentor se derrama sobre nosotros la misericordia de Dios que perdona los pecados de los que nos confesamos culpables ante un Sacerdote y se nos devuelve la Gracia perdida.

Finalmente hermanos, la lectura del texto de Juan nos da una prueba más del misterio de la Encarnación del Verbo: Jesús actúa como un hombre verdadero, al reunir a sus más cercanos para despedirse, como lo hacemos cualquiera de nosotros y con ellos sufre la hora de la partida.

Demos gracias al Señor por su Amor. Por ese Amor que nace de su Cruz y del que nosotros, bautizados en Cristo, nos alimentamos y renovamos en cada Eucaristía.

¡Gracias Señor por tu Amor!!!



P. Juan Morre
Cura Párroco
San Pablo Ramos Mejía

21/4/2011