jueves, 13 de enero de 2011

Palabra y Vida

LUZ DE MIS OJOS

St 1, 22

“Llevad a la práctica la palabra y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos”.

Este versículo corresponde a la Carta de Santiago. ¿quién era Santiago? En el Evangelio, aparecen dos Apóstoles con ese nombre. Uno es el hermano de Juan, hijo de Zebedeo (Mt.4,21). Herodes Agripa mandó matarlo en el año 42 o 43 (Hech. 12,2). Al leer la carta nos damos cuenta que el cristianismo estaba muy extendido cuando fue escrita, por lo cual tuvo que haber sido escrita mucho después, por lo cual debemos desechar a este Santiago como su autor.

El otro Santiago es el hijo de Alfeo (Mt. 10,6; Mc. 3,18 y par.) y hermano de Judas (Lc. 6,16) y es conocido como el Menor, hijo de María, parienta de la Santísima Virgen (Mc. 15,40) y mujer de Cleofás (Jn. 19,25),el cual según un autor llamado Hegesipo , fue hermano de San José. De allí que se lo llamara hermano del Señor (Gál. 1,9). Columna de la Iglesia (Gál. 2,9-12) fue jefe de la Iglesia de Jerusalén (hech. 12,17; 1,13; 21,18). En el año 50 estuvo presente en el Concilio de Jerusalén (Hech. 15, 11-17) y podría decirse que era partidario de los judaizantes.
Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio, San Jerónimo y otros Padres coinciden en afirmar que Santiago de Alfeo es el mismo que es llamado hermano del Señor. Según el historiador Flavio Josefo , murió mártir de la fe, arrojado desde el Templo hacia el año 62. Este Apóstol sería el autor de la Epístola.

Esta carta tiene la finalidad de instruir y exhortar a los primeros cristianos que necesitaban levantar su ánimo frente a las pruebas que les tocaban vivir, enseñándoles a perseverar en la fe y en la oración común.

Apartir del siglo I esta carta fue citada como canónica (divinamente revelada) por San Ignacio Mártir, San Plicarpo de Esmirna y luego por San Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Orígenes entre otros. Recién en el siglo XVI su canonicidad fue puesta en duda por Lutero y sus seguidores que la llamaron “epístola de paja” quitándola del elenco de las Sagradas Escrituras puesto que contradice su visión acerca de la justificación.
Es éste el tema más conocido y controversial de esta carta puesto que aparenta contradecir a San Pablo que afirma que “el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley” (Rm. 3,28) mientras que Santiago dice que “la fe sin las obras es estéril, está muerta” (2,28). La pregunta que queda es si la justificación viene por las obras o alcanza sólo con la fe. San Pablo quiere decir que el hombre se justifica por la fe en Jesucristo sin la circuncisión u obras de la Ley de Moisés. El mismo Pablo sostiene en la Carta a los Romanos que “Él dará a cada uno según sus obras: vida eterna a cuantos, perseverando en el bien obrar, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad; pero ira e indignación a los contumaces que se rebelan contra la verdad y se someten al mal. Tribulación y angustia para cuantos obran la maldad, primero para el judío, luego para el gentil; pero gloria, honor y paz para todos cuantos obran el bien, primero para el judío, y luego para el gentil. En Dios no hay acepción de personas” (2,6-11)
Así interpretado no hay ninguna contradicción entre ambas afirmaciones.


Como hemos dicho en el siglo XVI Martín Lutero, monje agustino, negó la necesidad de las obras para justificarse, para salvarse. Su doctrina sostiene que la naturaleza humana ha quedado destruída por el pecado original y el hombre por tanto es incapaz de ninguna obra buena. Sólo la Gracia puede justificarlo. (De allí que niegue la veneración a los santos)


En el acuerdo entre católicos y luteranos sobre la justificación se afirma: “Confesamos conjuntamente: es sólo por la gracia por medio de la fe en la acción salvífica de Cristo,
y no sobre la base de nuestro mérito, que somos aceptados por Dios y que recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, nos habilita y nos llama a cumplir obras buenas”.

Esta declaración conjunta del año 1999 no podemos decir que haya disipado las diferencias totalmente, pero permite un piso fundamental para el diálogo ecuménico.


En el otro extemo de Lutero, se encontraba Pelagio un monje que vivió en el siglo IV y cuya doctrina sostenía que no era necesaria la Gracia para salvarnos, que bastaba con las buenas obras. Por ello para él el bautismo de los niños era necesario para entrar en el Reino de Dios pero no para alcanzar la vida eterna, ya que negaba la doctrina del pecado original.


Esta doctrina fue refutada entre otros por San Agustín de Hipona y San Jerónimo de Estridón y condenada por el Concilio de Cartago del año 418.

Ambas doctrinas, tanto la Luterna como la Pelagiana, tienen consecuencias muy serias para la vida del creyente, consecuencias que hacen que nuestra reflexión no sea algo meramente especulativo y extemporáneo sino que la hacen actual y práctica.

Si seguimos la teoría de Lutero el cristiano no está llamado a comprometerse con las realidades temporales (familia, política, economía, sociedad) y su vida tendría poco que ver con su fe, podría justificarse (no digo que lo hiciera Lutero o los luteranos) la “doble vida”.
Si seguimos a Pelagio, Dios queda fuera de la historia humana, no es necesario, el hombre se transformaría en el “super hombre”, sin necesidad de Dios (secularismo).

¿Fe u obras?

A veces los católicos podemos caer en los extremos. Una evangelización, una vida espiritual, basada sólo en la fe, lleva al pietismo. A una Iglesia encerrada en sí misma y en su culto.
Consecuencias:
- Una religiosidad privada sin incidencia en la vida cotidiana.
- Una doble perspectiva de la vida: la religión en la Iglesia y en el mundo una vida según la carne.
- Cristianos vistos como seres de otro planeta o al menos de otra época.

Una religión basada en las obras puede conducirnos al activismo, al moralismo y a la mera “asistencia social”.
Consecuencias:
- Iglesia considerada como una asociación caritativa más. Una especie de sociedad filantrópica. Sólo considerada por su acción social.
- Iglesia jueza de los actos humanos, sin fundamentos. Iglesia opositora de los avances científicos y costumbres modernas.
- Religión basada en el hacer.

Ambas doctrinas tienen un denominado común: Dios fuera del mundo. Uno lo encierra en la Iglesia en el corazón de cada uno. El otro directamente lo considera innecesario.

Es tiempo de que mostremos al mundo a Cristo y a su enseñanza. Ambas cosas van siempre unidas. Como dijimos antes: creer en Cristo y creerle a Cristo, ese es, me parece, el camino que nos marcó el Señor y la recta doctrina de la Iglesia.
Que la Palabra de Señor, ilumine toda nuestra vida y nos ayude a vivir como auténticos discípulos.


Para pensar

1. ¿Leo la Palabra?
2. ¿Escucho atentamente a Dios en la Liturgia?
3. ¿Dejo que la Palabra me cuestione o simplemente la “estudio”?
4. ¿Me miro en la Palabra o la utilizo para juzgar a los demás?



Juan Morre