martes, 20 de julio de 2010

NUEVAS NORMAS SOBRE LOS DELITOS MÁS GRAVES

El significado de la publicación de las
Nuevas “Normas sobre los delitos más graves”
Afectan también a los diáconos

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado hoy las nuevas "Normas sobre los delitos más graves". Ofrecemos a continuación una nota del director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, S.I., sobre el significado de estas normas.

R.P. Federico Lombardi, SJ
Vaticano, 15 de julio de 2010 (vatican.va)

En 2001, el Santo Padre Juan Pablo II promulgó un decreto de importancia capital, el Motu Proprio “Sacramentorum sanctitatis tutela”, que atribuía a la Congregación para la Doctrina de la Fe la competencia para tratar y juzgar en el ámbito del ordenamiento canónico una serie de delitos particularmente graves, cuya competencia en precedencia correspondía también a otros dicasterios o no era del todo clara.

El Motu Proprio (la “ley”, en sentido estricto), estaba acompañado por una serie de normas aplicativas y de procedimiento denominadas “Normae de gravioribus delictis”. La experiencia acumulada en el transcurso de los nueve años sucesivos sugirió la integración y actualización de dichas normas con el fin de agilizar o simplificar los procedimientos, haciéndolos más eficaces, o para tener en cuenta problemáticas nuevas. Este hecho se debió principalmente a la atribución por parte del Papa de nuevas “facultades” a la Congregación para la Doctrina de la Fe que, sin embargo, no se habían incorporado orgánicamente en las “Normas” iniciales. Esta incorporación es la que tiene lugar ahora en el ámbito de una revisión sistemática de dichas “Normas”.

Los delitos gravísimos a los que se refería esa normativa atañen a realidades claves para la vida de la Iglesia, es decir a los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, pero también a los abusos sexuales cometidos por un clérigo con un menor de 18 años.

La vasta resonancia pública en los últimos años de este tipo de delitos ha sido causa de gran atención y de intenso debate sobre las normas y procedimientos aplicados por la Iglesia para el juicio y el castigo de los mismos.

Por lo tanto, es justo que haya claridad plena sobre la normativa actualmente en vigor en este ámbito y que dicha normativa se presente de forma orgánica para facilitar así la orientación de todos los que se ocupen de estas materias.

Una de las primeras aportaciones para la clarificación –muy útil sobre todo para los que trabajan en el sector de la información– fue la publicación, hace pocos meses, en el sitio Internet de la Santa Sede de una breve “Guía a la comprensión de los procedimientos básicos de la Congregación para la Doctrina de la Fe respecto a las acusaciones de abusos sexuales”. Sin embargo, la publicación de las nuevas Normas es diversa ya que presenta un texto jurídico oficial actualizado, válido para toda la Iglesia.

Para facilitar la lectura por parte del público no especializado que se interesa principalmente en la problemática relativa a los abusos sexuales, destacamos algunos aspectos.

Entre las novedades introducidas respecto a las normas precedentes, hay que subrayar ante todo las que tienen como fin que los procedimientos sean más rápidos, así como la posibilidad de no seguir “el camino procesal judicial”, sino proceder “por decreto extrajudicial”, o la de presentar al Santo Padre, en circunstancias particulares, los casos más graves en vista de la dimisión del estado clerical.

Otra norma encaminada a simplificar problemas precedentes y a tener en cuenta la evolución de la situación en la Iglesia, es la de que sean miembros del tribunal, o abogados o procuradores, no solamente los sacerdotes, sino también los laicos. Análogamente, para desarrollar estas funciones ya no es estrictamente necesario el doctorado en Derecho Canónico. La competencia requerida se puede demostrar de otra forma, por ejemplo con un título de licenciatura.

También hay que resaltar que la prescripción pasa de diez a veinte años, quedando siempre la posibilidad de deroga superado ese periodo.

Es significativa la equiparación a los menores de las personas con uso de razón limitado, y la introducción de una nueva cuestión: la pedo-pornografía, que se define así: “la adquisición, posesión o divulgación” por parte de un miembro del clero “en cualquier modo y con cualquier medio, de imágenes pornográficas que tengan como objeto menores de 14 años”.

Se vuelve a proponer la normativa sobre la confidencialidad de los procesos para tutelar la dignidad de todas las personas implicadas.

Un punto al que no se hace referencia, aunque a menudo es objeto de discusión en estos tiempos, tiene que ver con la colaboración con las autoridades civiles. Hay que tener en cuenta que las normas que se publican ahora forman parte del reglamento penal canónico, en sí completo y plenamente distinto del de los Estados.

En este contexto se puede recordar, sin embargo, la “Guía para la comprensión de los procedimientos…” publicada en el sito de la Santa Sede. En esta “Guía”, la indicación: “Deben seguirse siempre las disposiciones de la ley civil en materia de información de delitos a las autoridades competentes”, se ha incluido en la sección dedicada a los “Procedimientos preliminares”. Esto significa que en la praxis propuesta por la Congregación para la Doctrina de la Fe es necesario adecuarse desde el primer momento a las disposiciones de ley vigentes en los diversos países y no a lo largo del procedimiento canónico o sucesivamente.

La publicación de estas normas supone una gran contribución a la claridad y a la certeza del derecho en un campo en el que la Iglesia en estos momentos está muy decidida a actuar con rigor y con transparencia, para responder plenamente a las justas expectativas de tutela de la coherencia moral y de la santidad evangélica que los fieles y la opinión pública nutren hacia ella, y que el Santo Padre ha reafirmado constantemente.

Naturalmente, también son necesarias otras muchas medidas e iniciativas, por parte de diversas instancias eclesiásticas. La Congregación para la Doctrina de la Fe, por su parte, está estudiando cómo ayudar a los episcopados de todo el mundo a formular y poner en práctica con coherencia y eficacia las indicaciones y directrices necesarias para afrontar el problema de los abusos sexuales de menores por parte de miembros del clero o en el ámbito de actividades o instituciones relacionadas con la Iglesia, teniendo en cuenta la situación y los problemas de la sociedad en que trabajan.

Los frutos de las enseñanzas y de las reflexiones maduradas a lo largo del doloroso caso de la “crisis” debida a los abusos sexuales por parte de miembros del clero serán un paso crucial en el camino de la Iglesia que deberá traducirlas en praxis permanente y ser siempre consciente de ellas.

Para completar este breve repaso de las principales novedades contenidas en las “Normas”, también hay que citar las relativas a delitos de otra naturaleza. De hecho, también en estos casos, no se trata tanto de determinaciones nuevas en la sustancia, sino de incluir normas ya en vigor, a fin de obtener una normativa completa más ordenada y orgánica sobre los “delitos más graves” reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Más concretamente, se han incluido: los delitos contra la fe (herejía, apostasía y cisma), para los cuales son normalmente competentes los ordinarios, pero la Congregación es competente en caso de apelación; la divulgación y grabación –realizadas maliciosamente– de las confesiones sacramentales, sobre las que ya se había emitido un decreto de condena en 1988; la ordenación de las mujeres, sobre la cual también existía un decreto de 2007.

DOMINGO XVI DURANTE EL AÑO

En la primera lectura Abraham recibe al Señor en su casa. Sorpresivamente llegan tres personajes que parecen ser uno solo y Abraham los invita a comer. Manda a Sara, su mujer, a preparar la comida. Es un encuentro de amistad. Abraham podría haber dudado de Dios, de la promesa casi incumplible de una herencia innumerable sobre una realidad humana y matrimonial estéril. Pero abre su corazón a Dios, lo recibe como a un amigo y Dios termina renovando y realizando su promesa. El ingreso de Dios en la vida de Abraham, lo transforma. Un hombre que lo único que esperaba era el momento de partir, ahora se convierte en padre de una multitud de creyentes, porque él mismo creyó.
A veces a nosotros no se nos dan los proyectos, porque no somos constantes, porque no confiamos, porque dejamos que los razonamientos humanos, las ideas del mundo, nos aparten de la amistad. Creer en el otro es el primer paso para el triunfo. Y cuando uno cree y acepta al otro, al que sabemos que nos ama, tiene asegurada la felicidad. Que a lo mejor no es inmediata, pero se va construyendo en la intimidad del amor.

San Pablo, en la carta a los Colosenses, no se cansa de insistir en la necesidad de predicar a Cristo. Cristo no es un ser pasado de moda, un ser al que se lo comió la historia, sino que es el Hijo de Dios vivo entre nosotros y la Buena Noticia de su presencia debe ser predicada a tiempo y a destiempo, en las malas y en las buenas, para que el mundo crea y creyendo se salve.

Los cristianos debemos acostumbrarnos que el éxito de nuestra predicación y de nuestra fe depende de Dios. Para ello es necesario aprender a tener la mirada de Dios, a comprender el Misterio. Parece una paradoja "comprender el Misterio". Si lo comprendemos parecería que dejaría de ser un misterio. Por el contrario, el Misterio de Dios es Luz, atrae e ilumina. Da inteligencia al ignorante y sabiduría al necio. Si miramos con la mirada de Dios, escuchando atentamente a Jesús, tenemos que aceptar que no hemos sido llamados para el éxito de masas, sino para la santidad. No somos políticos que necesitan votos, sino hombres y mujeres de fe, que fuimos elegidos para iluminar como antorchas este mundo de oscuridad y muerte. En los países donde los cristianos son minoría, la fe los fortalece y les permite vivir alegres en medio de las dificultades, de las persecuciones y del desprecio sufrido por Cristo. Ellos son más unidos en la caridad, más comprometidos con su fe y más solícitos al bien del prójimo. Son una antorcha en medio de la oscuridad.
Algunos pensarán que ya se les pasó el tiempo. Todos los cristianos, los elegidos sin mérito nuestro, podemos iluminar, debemos iluminar, esa es nuestra vocación. Hay personas que postradas y sin hablar iluminan la vida de los que los rodean. Tienen la capacidad de ser testigos vivientes del amor del Padre. Por eso nadie puede decir yo no puedo, a mí se me fue la vida.
Pero para poder vivir como antorchas es necesario dejar que la Luz de Cristo nos ilumine. Somos una lámpara alimentada por el aceite de Dios.
El Evangelio nos presenta las figuras de Marta y María. La primera muy hacendosa y la segunda mística. Marta se preocupa para que el Señor y sus amigos estén bien atendidos en su casa, María se sienta a los pies de Jesús para escucharlo.
Nuestra vida tiene que tener ambas cosas. Pero sin olvidarnos que la escucha del Señor es lo más importante. ¿Cómo vamos a hacer las cosas bien si no conocemos lo que el Señor quiere de nosotros? y ¿Cómo vamos a saberlo si no lo escuchamos? Por eso es que cada día debemos ponernos atentamente a escuchar al Señor en la oración. Nuestra oración no puede ser a las apuradas, como para cumplir. Sino que tiene que tener su momento de silencio y escucha. No debemos decir mucho, debemos escuchar la voz del Señor que nos habla al corazón. Tal vez nuestros oídos no escuchen su voz, tal vez la inteligencia no pueda descifrar una idea, pero el corazón, el lugar donde Él habla va a comprender y amar sus palabras. Volvamos al corazón, a la conciencia, que es el lugar donde Dios y el hombre se encuentran. En estos días donde hemos discutido sobre la ley natural, la ley de Dios, muchos no han comprendido. Y no los culpo, porque no oyen, Dios no les habló al corazón. Su conciencia está equivocada porque nadie le habló. Eso puede ser porque no han sido elegidos para ello o porque se hicieron sordos dejándose aturdir por otras voces que no provienen de Dios.
Dios nos habla también a través de los acontecimientos. Muchas veces la historia nos hace sufrir. A veces no comprendemos. Lo primero que debemos recordar es que los cristianos debemos pasar por la Cruz si queremos ver la Luz. No hay resurrección sin Cruz como tampoco hay Luz sin dolor. Así lo vivió y lo transmitió el Señor. Cuando las cosas no son como querríamos, debemos mirar la Cruz, tomarnos de ella y dejar que Dios haga su obra. Nosotros tenemos el compromiso de anunciar su Palabra, la Palabra que se nos dice cada día.
"Yo estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos" dice el Señor.
Abramos nuestra puerta de par en par, dediquemos cada día un tiempo real de oración y meditación. No de una oración de pedigüeños, sino de una oración de discípulos que escuchan al Maestro.
Seremos místicos o no seremos nada decía un teólogo. Si no escuchamos al Señor no pretendamos que los hombres nos escuchen a nosotros. Si no escuchamos al Señor vana será nuestra obra, aunque nos parezca que hacemos mucho.

Hasta la próxima