sábado, 27 de febrero de 2010

HOMILÍA MIÉRCOLES DE CENIZAS

Pbro. Lic. Juan Morre

Como dice nuestro obispo “con la celebración del miércoles de Ceniza, nos comprometemos a recorrer juntos como Iglesia, el camino hacia la Pascua. Necesitamos integrar nuestra vida en el Misterio Pascual, ser iluminados y renovados desde denro de nuestra realidad personal, familiar y comunitaria”

Comenzamos con imposición de las cenizas. La ceniza, del latín “cinis”, es producto de la combustión de algo por el fuego. Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la muerte, de la caducidad del ser humano, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia.
Ya podemos apreciar esta simbología en los comienzos de la historia de la Salvación cuando leemos en el libro del Génesis que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3,19). En Gén 18, 27 Abraham dirá: “en verdad soy polvo y ceniza. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. La ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícítamente signo de dolor y de penitencia.
El gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente, se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y entrada al ayuno cuaresmal y a la marcha de preparación para la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Por eso cuando nos acerquémos a recibir las cenizas, meditemos muy bien en nuestro corazón las palabras que pronunciará el celebrante al imponérnoslas en forma de Cruz: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” (Cf Mc1,15) y “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver” (Cf Gén 3,19). Para que de verdad sea un signo y unas palabras que nos lleven a descubrir nuestra caducidad, nuestro deseo y necesidad de conversión y aceptación del Evangelio, y el deseo de recibir la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.

Todos los hombres, también los cristianos, también los que se creen muy buenos, necesitamos un cambio de mente, una metanoia, una conversión. Es como cuando llevamos la computadora a arreglar y le borran todo el disco para empezar de nuevo. Quizás a lo largo del año vamos llenando nuestro corazón, nuestros sentidos y nuestras mentes de aquellas cosas que lejos de acercarnos a la felicidad nos apartan de ella. Cosas y tal vez personas que nos infectan, nos manchan, nos alejan del camino. Imágenes, palabras, sentimientos, reconres, broncas….. que arrugan nuestro corazón y no nos permiten amar con libertad. Cuando las cosas nos esclavizan, terminan siendo nuestros amos. Cuando las personas nos hacen daño, nos hieren, nos conducen por caminos equivocados, se burlan de nuestra fe, desprecian a quienes amamos…. se transforman en un verdadero peligro que pone en riesgo nuestra felicidad. Como la computadora, nos llenamos de virus que no nos dejan funcionar. Sólo el hombre que pone su confianza en Dios, que se sabe débil y pecador, se humilla ante su Creador y busca el camino que lo conduce hacia Él como el enamorado busca el camino que lo lleva a la casa de su amor. De esto se trata la conversión, de limpiar nuestra vida, y de proponernos comenzar una nueva vida iluminada por la luz de la Pascua. Como la ceniza desaparecemos para resucitar con la Luz de Cristo.

Permítanme indicarles dos caminos que nos señalan nuestros Pastores como medios para alcanzar la conversión, o mejor dicho seguir creciendo en el conocimiento y amor de Dios que nos llevará a la santidad de vida y nos hará agradables, no sólo a Dios sino también a los hermanos, a los que necesitan que seamos buenos, que seamos santos.

Por un lado Mons. Martini nos propone el camino de la Belleza. Dios es la Belleza en sí mismo. “La Cuaresma vivida como búsqueda y encuentro, nos hace sensibles a la belleza luminosa de la Pascua, como el paso de la muerte a la Vida y del pecado a la gracia de hombres nuevos, embellecidos por las manos del Creador y Redentor”
La Belleza nos atrae, produce en nosotros un deseo que nos mueve a buscarla. ¡Cómo corre el enamorado a buscar a su amada, cómo suspira por la ausencia de su amor! ¡Cómo corren los turistas buscando la belleza de los paisajes! “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Señor”. Así debemos correr nosotros en busca de Dios. Para hacerlo necesitamos levantar los ojos del piso, de la tierra de nuestra vida cotidiana hacia lo trascendente. Tenemos que aprender a mirar al Cielo y así unir en nosotros el Cielo y la tierra. Dejémonos atraer y admirar por la Belleza de Dios!!! “Somos atraídos por Jesús de diversas maneras- agrega Martini- y muchos sin saberlo en el sufrimiento y en el amor sano a los demás”. Jesús nos habla en su Palabra y nos alimenta con su Cuerpo y Sangre. Si nos enamoramos de la Belleza de Jesús, Él es la Belleza, entonces nuestra relación con Él dejará de parecernos una obligación, sino que se convertirá en un deseo profundo, en una necesidad que hará que cada Eucaristía, cada Domingo, nos veamos ansiosos por encontrarnos con Él. Viviremos los días que nos separan entre domingo y domingo con la ansiedad del enamorado, con el deseo profundo de un amigo que espera encontrarse con su amigo.

Por otro lado el Santo Padre nos habla de la justicia de Dios que se ha manifestado por la fe en Jesucristo, tomando como texto de referencia Rm. 3,21-22.
La justicia es la virtud por la que a cada uno se le da lo suyo. Pero ¿qué es lo suyo? nos interpela el Papa. ¿Qué es lo más propio del hombre? “Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).
La necesidad de conversión, viene entre otras cosas, de la necesidad deliberarnos del impulso egoísta. “Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?”
“Para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?”
En otras palabras ¿puede el hombre recibir lo que le corresponde? La respuesta es enfática: Si, si cree en Cristo que ha pagado la culpa de todos. “Dios ha pagado en su Hijo por nosotros el precio del rescate”
Muchas veces sufrimos por la personalidad que tenemos y nos proponemos cambiar buscando distintos medios: psicólogos, asesores, esfuerzos. Todo eso puede ayudar. Pero si no tenemos la ayuda de la gracia, difícilmente podamos mantenernos en el cambio. “Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.”
“Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.”
La justicia humana exige vindicación, equidad, que el agresor reciba su merecido. La justicia divina en cambio, solo pide amor, que nos sintamos deudores de Dios, porque no tenemos modo de pagar por su amor.
Para terminar deberíamos preguntarnos ¿cómo podemos ser justos con Dios? ¿Qué le corresponde a Él? ¿Qué es lo “suyo”? ¿Si nos ha comprado al precio de la Sangre de su Hijo Único, si no tuvo en cuenta el dolor de Jesús en la Cruz para salvarte a vos, para salvarme a mí? La respuesta es muy simple: A DIOS LE CORRESPONDEMOS NOSOTROS, SOMOS SUYOS, A ÉL PERTENECEMOS. A ÉL LE PERTENECEN NUESTROS HIJOS.

Por eso hermanos para concluír, dejémonos atraer por la Belleza, dejémonos amar por Dios. Escuchemos su Palabra, recibamos su Cuerpo y Sangre. Dejémonos cuidar, proteger, curar por el Dios que es Amor. No seamos egístas con Él. No lo pongamos en segundo lugar. Démosle en nuestra vida el lugar que le corresponde, el primero y principal. No lo cambiemos por excusas pobres que sólo demuestran nuestra falta de fe y de amor. Y seamos justos con los nuestros, démosle lo que les corresponde. A veces vamos a encontrar rechazo o resistencia. Me pregunto cuando un hijo está enfermo y debe tomar un remedio que no le gusta ¿se lo dejamos de dar? Y cuando tiene que levantarse temprano para ir a la escuela y se queja ¿lo dejamos de mandar? ¿Por qué entonces cuando debemos darle a Dios, bajamos los brazos ante su resistencia? ¿no será acaso porque nos falta fe?

Que todos estos pensamientos nos ayuden a transitar la Cuaresma en oración, ayuno y penitencia para llegar a la Pascua del Señor con alegría profunda en el corazón, desprendidos de la fealdad e injusticia del mundo que nos rodea.

Amén.

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