sábado, 7 de agosto de 2010

CLASE MAGISTRAL EN LA INAUGURACIÓN OFICIAL DEL INSTITUTO DE TEOLOGÍA DIOCESANO

Sres. Obispos
Sres. Profesores
Sres. Diáconos Permanentes
Sres. Ex Alumnos
Sres. Alumnos

Queridos Hermanos

Hoy inauguramos oficialmente el Instituto Diocesano de Teología dependiente de la Escuela de Ministerios y Diaconado Permanente Paulo VI.

El objetivo principal que nos hemos propuesto es ayudar y ayudarnos a realizar la síntesis entre fe y razón, fe y vida. Es decir que podamos vivir lo que creemos y podamos mirar con fe lo que vivimos.

Nos decía Juan Pablo II

“La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2).”

En el mundo en el que vivimos, que lejos de ser creativo y novedoso repite los peores errores del pasado, el cristiano tiene que poder “dar razón de su esperanza” (1 Pe. 3,15) Como nos dijera Benedicto XVI en Spe Salvi la esperanza equivale a la fe. O sea que el cristiano debe dar razón de su fe para tener y transmitir esperanza.

Cuando separamos existencialmente la fe de la razón, la teología de la filosofía, corremos el riesgo de caer en los extemos menos deseados por la mente humana. Los extremos que se alejan de la virtud de conocer la verdad y nos encierran en nuestras ideas muchas veces erróneas.

San Agustín nos enseña que la fe busca ser comprendida y la razón necesita ser iluminada por la fe. En definitiva son las dos alas de las que nos habla Juan Pablo II, los dos caminos que nos conducen al conocimiento de la verdad y del bien. Dos caminos que en cada persona se funden en uno solo, porque la fe termina siendo explicada por la razón y la razón iluminada por la fe, llevándonos a realizar lo que es más propio de la esencia humana que es conocer racionalmente la verdad y amar libremente el bien que la fe nos dice que es Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo.

Negar la razón para acceder al conocimiento de la verdad nos lleva al fideísmo, sólo fe. Sin la posibilidad de profundizar en el dato revelado caemos en una esclavitud que elimina la esencia racional del hombre y lo lleva a vivir del mito, de la leyenda, de una religiosidad vacía de contenido y llena de supersticiones. Una fe individualista que roba de lo revelado y lo transforma en manual de citas e interpretaciones acomodables. Una fe que desconoce la autoridad de la Iglesia y lleva al sujeto a encerrarse en sí mismo adorando a un dios hecho a su imagen y semejanza, a un dios de conveniencia.

Por otro lado, al negar la fe, el puro racionalismo conduce al ser humano a otra esclavitud, la de cerrarse a lo trascendente y no poder experimentar la belleza de la paternidad divina. “La razón moderna ha querido, de algún modo, cambiar (la) «docta ignorantia» por un saber positivo y afirmativo. La verdadera vida —se ha pensado— , la redención, sería un resultado de la acción combinada de la razón y de la libertad. La ciencia y la política serían capaces de alumbrar la esperanza. Pero este buscado saber positivo se ha convertido, a la postre, en una «dialéctica negativa», en una «nostalgia del totalmente Otro» que permanece inaccesible”. Por eso hay hombres que buscan lo espiritual en el mercado de la autoayuda, de las pseudo religiones inmanentes.

Afirmar ambas pero separándolas, nos conduce inexorablemente a una vida con doblez. No podremos iluminar la vida desde la fe, la Palabra de Dios quedaría encerrada entre las paredes del templo pero no podría encarnarse en la realidad cotidiana de nuestra existencia. Seríamos como monstruos con dos cabezas.

Dar razón de la fe no consiste únicamente en justificar su sentido, su coherencia interna, o en fundamentar su anclaje en la historia, sino en mostrar su significatividad existencial; su capacidad de alumbrar y sostener la esperanza. “No se trata exclusivamente de preguntarnos si la fe es verdadera, sino de si es también para nosotros «una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida”

Un Instituto de Teología, es mucho más que una escuela o una facultad. Supera una cátedra y el formalismo escolar. Es un ámbito donde venimos a compartir la fe. Es un faro que irradia luz. Un semillero de evangelización y promoción humana. Los conocimientos que adquiramos tienen que ayudarnos a nuestra conversión personal para que podamos dar razón de nuestra esperanza. Esa conversión personal se irá moldeando en el conocimiento de la Verdad, que es Dios, e irá cambiando nuestra vida, no sólo en el aspecto moral, sino fundamentalmente en nuestro ser. Nos ayudará a reconocer a Dios como nuestro Padre y a reconocernos como hombres y mujeres creados a su imagen y semejanza a la vez que hermanos de nuestro prójimo. Redimidos por la Preciosa Sangre de Jesús y llamados a la santidad de vida. Esto es, a vivir la vida con Dios, para Dios y desde Dios sin dejar de ser nosotros.
El Instituto de Teología tiene que ser una casa y escuela de comunión. Un ámbito de oración contemplativa que esté abierto al servicio de la Iglesia toda. Por eso nos ponemos en primer lugar a disposición del Sr. Obispo y a las Instituciones y Organismos Diocesanos para asistirlos en su tarea pastoral tratando de resolver y dar respuestas desde la fe a los desafíos que hoy nos plantea la sociedad en la que vivimos.

Agradezco a S.E.R, Monseñor Baldomero Carlos Martini, el haber confiado en mí para llevar adelante esta tarea, que debe ser eminentemente pastoral. También agradezco a mis colaboradores, a los Profesores y a los alumnos.

«Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia el reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino».

Amén

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