viernes, 15 de mayo de 2009

SAN MATIAS, APÓSTOL

Cuando leemos en la Sagrada Escritura la vida, vocación y elección de los Apóstoles, podemos descubrir cómo el Señor hizo realidad su proyecto salvífico para la humanidad partiendo de la misma condición humana.
Hombres entre los hombres, elegidos por Dios, los Apóstoles fueron testigos privilegiados del amor del Señor, porque vivieron con Él, sufrieron con Él y se alegraron con Él.
La experiencia apostólica es la de quienes habiendo vivido durante su ministerio público con Jesús, lo vieron resucitar. Y si lo vieron resucitar es porque antes lo vieron morir.
El caso de san Matías es muy especial. Su vocación y elección nos dejan muchas enseñanzas para comprender cómo actúa Dios en la historia y en su Iglesia.
Cuando Judas decidió rechazar la misericordia de Dios (y este fue su peor pecado), era necesario completar el número de los doce.
Pedro, podría haber elegido por su propia iniciativa al reemplazante. Sin embargo, en un acto verdaderamente colegial, sinodal, decidió que todos los hermanos participaran.
La condición que ponen es que fuera uno que había estado con ellos durante el ministerio Público de Jesús. Es decir uno que fuera testigo de la vida, muerte y resurrección del Señor. El Apóstol es testigo.
Aparecen dos candidatos. Uno lleno de títulos y el otro sólo presentado por su nombre.
Echaron suerte, en esto veo la confianza en el Espíritu Santo. Ellos podían tener muchas opiniones y por qué no encontradas, pero sabían que la decisión final era del Espíritu. Porque en definitiva el Espíritu es el que elige. Y aquí encontramos otra enseñanza importante. Dios obra por medios humanos. Es la consecuencia lógica de la encarnación. Pero hay algo más que nos debe llenar de alegría y consuelo, sobre todo a quienes participamos del ministerio apostólico, Dios confía en el hombre. Su Iglesia es una Iglesia de hombres, una comunidad de hombres, y si bien Él es quien la conduce por su Espíritu, no deja de poner su confianza en los hombres. Y en su elección no hace acepción de personas. La única condicioón es la de ser testigo.
Esa misma confianza es la que pone Dios hoy en la elección de sus ministros. Él llama pero es la Iglesia la que discierne las vocaciones y carismas y decide conferir los ministerios. Tarea no siempre fácil de realizar. Quienes tenemos la responsabilidad de asistir al Obispo en esa misión, sabemos que no siempre es fácil, sobre todo cuando se juegan valores tan importantes.
La condición sigue siendo la misma: la de ser testigos. Hoy no ya por haber compartido la vida pública de Jesús, sino la de haber visto y oído con los ojos y los oídos de la fe. Los que estuvieron con Jesús, compartiendo su vida y sobre todo sus sentimientos a lo largo de una primera formación inicial en el camino del Maestro.
En el Evangelio Jesús nos invita a amarnos como Él mismo nos amó. Es decir que el testimonio que nos pide, además de la fe en la resurrección, es la del amor. Somos testigos del amor de Dios. No de un amor hecho de palabras sino de obras y verdad. Un amor crucificado que lo dejó todo por los hombres.
Me parece, y lo digo con mucha humildad, que la nueva evangelización debe pasar por el amor. En un mundo que desconoce el verdadero amor, nosotros estamos llamados a ser testigos del amor. Uno de los errores que humanamente podemos cometer, es el de olvidarnos de presentarle a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el amor de Dios.
A veces caemos y la misma gente nos puede hacer caer en el error de predicar doctrinas, dogmas, prácticas morales, sin haber presentado antes el amor de Dios. Antes podía ser el miedo el que acercara a los hombres a Dios. Hoy, ya nadie tiene miedo. La libertad mal entendida ha llevado a cada uno a vivir a su antojo. Pero contra el amor nadie puede, porque el hombre vive del amor.
Deberíamos pensar cómo poder expresar lo que hemos recibido gratuitamente a aquellos que buscan a Dios. Me pregunto y cuestiono muchas veces si nuestros planes pastorales, nuestra catequesis, parten de esa realidad tan profunda y enriquecedora.
Cuando escuchamos al Benedicto XVI defender la dignidad humana a pesar de las persecuciones en su contra, podemos experimentar su profundo amor por la humanidad, el mismo amor de Jesús que perdonó y salvó a sus propios perseguidores. Por eso el Papa no calla, porque predica el amor y nadie puede callar al amor.
Madre Teresa decia que se equivocaban los que creían que su vocación era atender a los pobres, porque su vocación era amar a Jesús y en Jesús a la humanidad toda. Ella comentaba que si hubiera tenido que atender a un leproso por dinero, la enfermedad le produciría una gran repugnancia, pero al hacerlo por amor a Dios, la llenaba de felicidad.
Por eso podríamos decir que Matías y los demás Apóstoles y discípulos eran testigos del Amor Misericordioso de Dios.
Monseñor Martini nos enseña permanentemente esa verdad. Como Apóstol de nuestra Iglesia diocesana nos recuerda siempre en sus cartas que "DIOS ES AMOR".

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