viernes, 23 de abril de 2010

HOMILIA TERCER DOMINGO DE PASCUA

Este Evangelio lo podemos dividir en dos partes. En la primera se nos cuenta como fue la tercera aparición de Jesús a sus discípulos. Ellos estaban en la barca pescando y de pronto ven a un hombre en la orilla. Ninguno lo reconoció. Sólo el discípulo a quien Jesús amaba se dio cuenta de que era el Señor y así se los hizo saber a los otros. Pedro, al ver que era el Señor salió corriendo a su encuentro. Deberíamos preguntarnos ¿por qué ellos no podían verlo y reconocerlo? Jesús, se muestra y se hace reconocer ahora resucitado, a través de signos. Recordemos aquella escena de los discípulos de Emaús que lo reconocen al partir el pan. Para poder reconocerlo es necesario tener fe y saber distinguir los signos de los tiempos. Saber descubrir a Jesús presente en nuestra vida y en nuestra historia.

No pretendamos otros signos, tengamos fe en que Él realmente está. En un primer plano podríamos descubrirlo en todos los acontecimientos cotidianos. En esos momentos en los que a pesar de todo nos sentimos fortalecidos, en esas cosas lindas que nos pasan, como el afecto de un amigo o la sonrisa de un niño. También deberíamos descubrirlo en el sufrimiento, en los momentos de cruz. Allí está Él. Es nuestra tarea darnos cuenta.

En un segundo plano, deberíamos poder descubrir a Jesús en las personas, en los pobres y débiles, en los que no son tenidos en consideración.
Y en un plano más elevado, para el que se requiere una fe formada, Jesús se nos manifiesta de modo perfecto en la Liturgia de la Iglesia. En la Palabra y en la Eucaristía. Jesús presente y vivo entre nosotros nos parte el Pan de la Vida.

En la segunda parte del Evangelio Jesús pone a prueba, no ya la fe de Pedro, sino su amor. Pedro tres veces lo había negado. Recordemos aquella mirada de Jesús en el patio. Aquella mirada del amigo que se siente traicionado, dolido, abandonado. Esa mirada que dice más que mil palabras. Pedro, a pesar de tener fe, negó a Jesús, a su Maestro, a su amigo. Lo dejó solo. Demostró que su amor flaqueaba y por eso Jesús ahora lo interroga. No duda de la fe de Pedro, pero sí de su amor. Ese hombre que decía estar dispuesto a dar la vida por el Señor, por su amigo, hizo todo lo contrario. A veces los hombres somos rápidos para hablar pero lentos para actuar!!!!
No basta la fe de Pedro para que Jesús le confíe su Iglesia. Es necesario probarlo en el amor, en lo que había fallado. No es difícil la prueba, son sólo tres preguntas, como tres fueron las negaciones ¿me amas? Tú Señor lo sabes todo. Jesús lo sabía, pero quería oírlo de la boca de Pedro. Quería una profesión explícita de amor, que al mismo tiempo es un compromiso. Por eso luego le anuncia que Pedro moriría por Cristo y por el Evangelio.

Hermanos, creo que este Evangelio nos enseña a creer y a amar. A descubrir al Señor presente entre nosotros y a amarlo, ero no con un amor hablado, sino con un amor realizado, como todos esperamos ser amados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario