viernes, 23 de abril de 2010

HOMILÍA VIGILIA PASCUAL

Queridos amigos
Feliz Pascua

Terminado el tiempo de cuaresma, en el que nos hemos venido preparando para la Pascua, celebramos con alegría la Vida nueva que hemos recibido por el Bautismo.
El Domingo de Ramos acompañamos a Jesús, que como Rey, ingresaba en la ciudad Santa de Jerusalén, pero sabíamos que lo hacía para padecer por nosotros. El relato de la Pasión de Lucas, nos trajo los detalles de la traición, la entrega, el juicio y la crucifixión. Me impresionó la mirada de Jesús a Pedro. Su discípulo elegido para ser Cabeza de la Iglesia, lo negó. Fue un acto de infidelidad, de bajeza humana. Pero también de debilidad. Pedro no actuó como Judas con maldad. Se dejó llevar por el miedo. De allí la mirada de Jesús, tierna, triste, compasiva. Jesús miró a Pedro y Pedro se convirtió. Todo lo que Jesús toca lo transforma.
El Jueves pudimos contemplar la actitud servicial de Cristo. El lavatorio de los pies nos ubica en nuestra realidad. Si alguno se cree superior a los demás la respuesta del Señor es el servicio. Servicio que se extiende a lo largo de la historia por medio de la presencia real eucarística que lo hace a Jesús vecino del hombre, habitante del barrio, amigo incondicional y siempre presente.
El Viernes meditamos acerca de la belleza de la Cruz. La cruz sin Cristo es un instrumento de martirio que se utilizaba para matar a los malechores. Pero como todo lo que Cristo toca lo transforma, la Cruz de Cristo es bella. Es bella porque expresa el amor de Dios por la humanidad y la obediencia de Cristo al Padre. Nosotros que solemos escaparle al dolor y al sufrimiento. Que no queremos saber nada de la cruz que nos tocó llevar, podemos tener dos actitudes: rechazar la cruz y hacerla más pesada y sin sentido o unirla a la del Señor y transformarla en algo bello capaz de redimirnos y redimir a los demás.
La Pascua nos muestra que después de un largo camino de oscuridad y sombra de muerte viene la luz. Después de la noche viene el día. Cristo cargó con su Cruz en silencio, confiando en el Padre, que permaneció callado. Nosotros debemos aprender a perseverar aún en los grandes contratiempos, porque al final del túnel hay una gran Luz, la Luz de Cristo resucitado, respuesta del Padre a quien obedece y ama hasta dar la vida. La Luz del Señor le da sentido a la vida del hombre. Una vez recibida esa Luz debemos cada uno iluminar la vida de los demás y dejarnos iluminar por la luz que los demás han recibido. A veces, por no dejarnos iluminar por la luz de los hermanos, nos perdemos de la Luz del Señor. Luz que todo lo cura, todo lo transforma.

Feliz Pascua de Resurrección

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